domingo, 23 de junio de 2019

Proverbio comentado del mes de junio 2019

“ENTIENDE PARA CREER, CREE PARA ENTENDER"

PUNTO DE VISTA


“Intelligo ut credam, sed credo ut intelligam”, es decir, “entiendo para creer, pero creo para entender”, es una frase de Agustín de Hipona muy conocida y comentada. 

Este es un sermón, específicamente su sermón 43; es, por tanto, una prédica de un obispo y, además, un teólogo. Tenemos, pues, la postura de un creyente, no ya de un joven dubitativo y esclavo de sus emociones y pasiones. 

Esto es evidente al considerar que este sermón Agustín lo inicia diciendo: “El comienzo de una vida santa, merecedora de la vida eterna, es la verdadera fe. La fe consiste en creer lo que aún no ves, y su recompensa es ver lo que crees”. Como vemos empieza ensalzando la fe por ser vehículo o instrumento de “vida eterna”. ¿Cómo así? Al respecto dice: “Estando alejado de Dios el género humano y sumido en sus delitos, necesitábamos un Salvador para revivir, como habíamos necesitado un Creador para existir. La justicia de Dios condenó al hombre, y su misericordia le libera”. Esa justicia se recupera y esa misericordia se alcanza por medio de la fe. 

Todo esto claramente evoca la carta de Pablo a los Efesios quien allí afirma: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef 2: 1-6). 

A pesar de lo que para San Agustín significa la fe, no por ello se considera alguien que piensa que su fe lo pone en una posición de superioridad sobre los incrédulos y no por una humildad fingida sino por convicción: “Ni siquiera de la fe hemos de gloriarnos, como si dependiese de nosotros. La fe no es algo insignificante, sino algo grandioso; si la tienes, ciertamente la recibiste. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? citando en esto último también a San Pablo, pero en 1 Co 4:7 y correspondiendo esa comprensión general con otra afirmación de Pablo: ““Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Ef 2:8-9). 

Esta posición implica que, aunque haya comenzado su prédica con una exaltación de la fe, ello no significa un preámbulo a un denigrar de la razón como su conclusión, lo cual se patentiza en lo que argumenta a continuación: “A Dios le debemos el ser lo que somos. El ser algo, ¿a quién se lo debemos sino a Dios? Existen también los maderos y las piedras; ¿a quién deben el ser sino a Dios? ¿Qué somos nosotros de más?. Los maderos y las piedras no tienen vida; nosotros, en cambio, sí. Sin embargo, el mismo hecho de vivir lo tenemos en común con los árboles y arbustos.” Constata, pues, que el hecho de existir lo comparte el hombre con todo lo creado y, por otro, que comparte con el reino vegetal y el resto del reino animal el hecho de tener vida. 

Por ello vuelve a preguntarse: “Con todo, ¿qué tenemos nosotros de más?” y responde: “la mente, la razón, el discernimiento; esto no lo tienen las bestias, ni los pájaros, ni los peces. Gracias a ello, somos imagen de Dios”. Argumenta, por lo tanto, que el hombre tiene la facultad de la razón porque Dios se usó así mismo como modelo para crearlo, según es la enseñanza bíblica en Génesis 1:26: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Y aclarando ese fundamento divino, define al hombre como “un animal racional de cuya naturaleza forma parte la razón; antes de entender posee la razón. Pues si quiere entender es porque le precede la razón.”, aseverando así que debemos distinguir la facultad de su ejercicio. 

Todo esto que hasta aquí ha desarrollado Agustín es el marco en el que quiere colocar la discusión que se avecina. Quiso asentar primero que tanto la fe como la razón no son ajenas a Dios, de modo que sale al paso a que se piense que ve un necesario conflicto entre el ejercicio de ellas. Por tanto, si con la frase in comento se trata de sustentar que Agustín privilegia una de ellas, en todo caso no podrá ser bajo la premisa que las considera contradictorias. 

Lo que sí alerta sobre la razón es que “nosotros pudimos deformar en nosotros la imagen de Dios; reformarla, no podemos”, haciendo clara alusión a que la facultad de la razón ha dejado de ser como fue prístinamente creada por causa de la ruptura de la relación con Dios que se obró en Adán y que heredamos de él, esto es, ahora es una facultad debilitada por haber sido corrompida toda la naturaleza humana en origen. Pero no sólo eso sino, además, que escapa a la capacidad humana superar por esfuerzo propio tal condición. 

A continuación Agustín inicia la diatriba a la que encaminaba su prédica al decir: “Fíjate. Todo hombre quiere entender; no existe nadie que no lo quiera; pero no todos quieren creer. Me dice alguien: «Tengo que entender para creer». Le respondo: «Cree para entender». 

Para solucionar esto que llama controversia a nivel humano llega a la conclusión de no puede haber mejor juez para dirimirla que alguno que haya sido elegido por Dios como su vocero, es decir, un profeta y apela para basar esa su elección a lo que afirma el apóstol Pedro quien califica como “segura” la palabra profética ( 2 Pe 1:19). Siendo así, elige para zanjar la controversia al profeta Jeremías que afirma hablando de parte de Dios: “Si no creéis, no entenderéis” (Is 1:9). 

Con esa frase parece que Agustín zanjó la discusión, pero lo que movía a Agustín a llevarla adelante no era ganar. Su preocupación no era lograr un éxito intelectual. Él tiene un corazón de pastor y eso lo animaba a aclarar este asunto. 

Por ello continúa y pregunta:” ¿Pensáis, amadísimos, que dice cosa de poca monta quien afirma: «tengo que entender para creer?» Pues ¿qué trato de hacer sino que crean, no los incrédulos, sino quienes aún tienen poca fe? Agustín desea, pues, aclarar este asunto porque considera que quien lo plantea es alguien que en el fondo tiene fe, quizás muy débil, casi podría decirse que no la posee, pero la tiene en algún grado, como aquel hombre al que Cristo le dice que la cuestión de sanar a su hijo depende de su fe en él y le responde con una frase que a simple vista parece contradictoria, pero que es veraz: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Mc 9:24), esto es, tengo fe, pero quizás no del grado que requieres de mí, pero a Cristo le bastó eso y operó el milagro. 

Agustín en este mismo espíritu considera su deber aumentar la fe de su interlocutor y para ello debe hacerle entender que si bien “en cierto modo es verdad lo que él dice: «Tengo que entender para creer»; también lo es lo que digo yo con el profeta: «Más bien, cree para entender». Ambos decimos verdad: pongámonos de acuerdo. En consecuencia, entiende para creer, cree para entender”. 

Y concluye con precisar la enseñanza de todo esto: “En pocas palabras os voy a decir cómo hemos de entender lo uno y lo otro sin problema alguno. Entiende mi palabra para creer; cree la palabra de Dios para entenderla.” 

La fe, pues, aunque suponga el entender (“Así que la fe es por el oír” - Ro 10:17a), con todo, ayuda a entender todo lo que Dios desea que el hombre comprenda (“y el oír, por la palabra de Dios” – Ro 10:17b). 


lunes, 17 de junio de 2019

Oración de los esposos


Danos Señor, ilusión para mirar con alegría nuestro futuro, ilusión para soñar con nuestros hijos, fé para que creamos el uno en el otro; para que creamos los dos en nuestros hijos, para que creamos los dos en Ti.

Danos Señor, esperanza en nuestras pruebas y dificultades, que seremos más fuertes que nuestros problemas.

Danos Señor, esperanza cuando tenemos que pasar penurias económicas.

Danos Señor, comprensión del uno con el otro, con las rebeldías de nuestros hijos.

Danos Señor, comprensión en nuestros momentos de conflicto, cuando el otro nos falle.

Danos Señor, amor sincero del uno para con el otro, la gracia de envejecer juntos.

Danos Señor, la gracia de que nuestro amor sea expresión de tu amor.

Tú que bendijiste nuestra unión, sé nuestro compañero de camino.

Que juntos, nos ayudemos a ser fieles a nosotros mismos, y ser fieles a tu amor.